Los días siguieron su curso, arrastrando consigo las horas en una rutina que, por primera vez en mucho tiempo, parecía no ser tan pesada para Coromoto. Aunque las calles continuaban grises, el sol, aunque tímido, comenzaba a asomarse en su vida de una manera distinta. Cada mañana, al despertar, la imagen de Ángel aparecía en su mente como una chispa de luz que la impulsaba a salir de la cama, a vestir una sonrisa nueva que no podía dejar de mostrar. Se sentía diferente, más radiante, como si la compañía de Ángel hubiese comenzado a reconstruir lo que el tiempo había deteriorado en ella. Ángel y ella habían creado un lazo único, uno que no se podía explicar con palabras. Era como si se conocieran de toda la vida, como si sus almas ya se hubieran encontrado mucho antes de ese primer encuentro en el hospital. En su presencia, Coromoto comenzaba a sentirse menos pesada, menos atrapada en la oscuridad de su propio ser. Sus risas, compartidas entre tareas cotidianas y charlas ligeras, tenían la magia de un refugio. Cada palabra que salía de la boca de Ángel, cada gesto suyo, la hacía sentir viva, como si algo se despertara dentro de ella, algo que había permanecido dormido por años. En el trabajo, sus momentos juntos se volvieron más frecuentes. Un café, una charla entre pacientes, un paseo breve por los pasillos. No faltaban las excusas para verse, para robarse unos minutos. El hospital, en su caos, se convirtió en el escenario de una conexión que se tejía entre ellos con sutileza, pero con una fuerza imparable. Sus corazones, aún sin saberlo del todo, comenzaban a bailar al mismo ritmo. Y aunque Coromoto no se atrevía a admitirlo, cada vez se encontraba más ansiosa por aquellos momentos, como si fueran un paréntesis en la vida que había conocido hasta entonces. Cada vez que Ángel la miraba, había algo en su mirada que la hacía sentirse especial. Ya no era solo una mujer atrapada en su propio dolor, ya no era solo una madre cansada, una esposa desbordada por las mentiras. Ahora, era un ser humano con deseos, con pasiones, con una chispa que se encendía cada vez que él la tocaba o le hablaba con esa dulzura que solo él sabía expresar. Y ella lo sabía: Ángel veía algo en ella que nadie más había visto en mucho tiempo. No la veía como una mujer rota, como una madre agotada, sino como alguien con una vida propia, una persona que merecía ser feliz, amada. Sin embargo, aunque la felicidad comenzaba a asomarse en su vida, Coromoto no podía librarse de la sombra que siempre la acompañaba: su matrimonio con William. Aunque su relación con él estaba rota, la sensación de traición y culpa seguía siendo una constante, y cada vez que veía a sus hijos, el peso de la responsabilidad recaía sobre sus hombros con más fuerza. No podía evitar preguntarse si estaba tomando el camino correcto. Cada encuentro con Ángel la hacía sentirse viva, pero también la sumía en una maraña de emociones contradictorias. ¿Era justo lo que estaba haciendo? ¿Podía permitirse ser feliz, aunque fuera de esta forma, sabiendo que su familia aún dependía de ella? Una tarde, el cielo se llenó de nubes grises, presagio de la tormenta que ya se deslizaba sobre la ciudad. La lluvia comenzó a caer con fuerza, y las calles se convirtieron en ríos de agua. Coromoto se encontraba en el hospital, atrapada en su rutina de trabajo, cuando Ángel se acercó a ella, su rostro iluminado por la suavidad de la luz filtrada a través de las ventanas empañadas. Sin decir una palabra, él la miró, como si compartieran un lenguaje secreto que solo ellos comprendían. Los dos sabían que, en ese momento, nada podía interrumpir lo que estaba a punto de suceder. —Vamos a tomar un descanso —dijo Ángel con voz baja, casi como una invitación. Coromoto, sin pensarlo demasiado, aceptó. Ambos caminaron por los pasillos del hospital, buscando el lugar perfecto para escapar del mundo exterior. Encontraron una pequeña bodega en el fondo del edificio, un rincón olvidado donde los suministros se apilaban y el polvo cubría cada rincón. No había nadie alrededor. Era un refugio temporal, un espacio donde podían ser ellos mismos, lejos de las miradas ajenas, lejos de las expectativas del mundo. La puerta se cerró detrás de ellos con un leve crujido, y de inmediato, la atmósfera se volvió densa, cargada de una tensión palpable. La lluvia seguía golpeando las ventanas con fuerza, creando una melodía tranquila, como si el mundo exterior estuviera en silencio, dejando que ellos dos vivieran su propio momento. Ángel se acercó a Coromoto, y en sus ojos brillaba una mezcla de deseo y ternura. No dijo nada más. No eran necesarios los discursos ni las palabras elaboradas. Todo lo que compartían en ese instante estaba más allá de lo que podían expresar. Coromoto lo miró, y en ese instante, algo dentro de ella cedió. Sintió que no podía seguir resistiéndose. La conexión entre ellos había crecido tanto que ya no importaba el pasado, ni las dudas, ni las culpas. Solo existían ellos dos, en ese espacio, en ese tiempo suspendido. Ángel la tomó por la cintura y la acercó a él. Coromoto no se apartó. El roce de sus cuerpos, la cercanía de sus labios, lo hicieron todo inevitable. Las manos de Ángel recorrieron su espalda con suavidad, como si estuviera tocando algo frágil, pero a la vez, con la certeza de que en ese momento no había nada que pudiera romper lo que entre ellos comenzaba a brotar. El beso fue lento al principio, tierno, como si ambos estuvieran saboreando cada segundo. Pero rápidamente, la pasión se encendió entre ellos. El mundo exterior desapareció por completo, y solo quedaba el deseo de estar más cerca, de sentirse completos en la presencia del otro. Los dedos de Ángel se deslizaron por su piel, y Coromoto, sintiendo una mezcla de excitación y vulnerabilidad, respondió a cada caricia con la misma intensidad. El polvo del suelo, el frío del lugar, todo parecía desvanecerse mientras sus cuerpos se entrelazaban de una manera que ni siquiera ella podía haber anticipado. El roce de sus cuerpos se volvió más urgente, más impetuoso, como si la lluvia y la tormenta exterior fueran un reflejo de lo que estaba sucediendo entre ellos. La pasión se desbordó, y no hubo más espacio para la culpa ni para las preguntas. En ese momento, solo importaba lo que estaban compartiendo, esa conexión tan profunda que, aunque inusual y prohibida, parecía ser lo único que les daba sentido a sus vidas rotas. Finalmente, cuando la intensidad de lo vivido comenzó a calmarse, ambos se quedaron ahí, uno al lado del otro, respirando con dificultad, todavía envueltos en la calidez de sus cuerpos. El polvo cubría sus ropas, y las risas comenzaron a llenar el espacio, como si se sintieran liberados de algo que, por un breve instante, los había atado. Coromoto, con el corazón aún acelerado, miró a Ángel y por primera vez en mucho tiempo, se sintió sin miedo. Aunque sabía que lo que acababa de suceder era complicado, confuso, y tal vez algo prohibido, no podía negar que se sentía viva, deseada, amada. Algo que hacía mucho tiempo había dejado de creer posible. Con un suspiro, se levantó del suelo y comenzó a acomodarse, el peso de la responsabilidad de su vida regresando poco a poco. Sabía que debía regresar a su hogar, enfrentar a su familia, pero también sabía que, por esa tarde, había encontrado una parte de sí misma que había permanecido oculta. Y aunque las sombras de la culpa comenzaban a extenderse nuevamente sobre ella, no podía evitar sentirse un poco más libre, un poco más viva. Coromoto se levantó, y con un último vistazo a Ángel, dijo en voz baja, casi para sí misma: —Voy a regresar a casa. Tal vez no esté bien, pero… hoy, al menos, me siento viva. Ángel la miró con una sonrisa suave, comprendiendo las emociones que ella no podía expresar con palabras. Sin decir nada más, la acompañó hasta la puerta, y ambos se despidieron con un suspiro, sabiendo que el camino que acababan de recorrer juntos era solo el comienzo de algo mucho más complejo, lleno de amor, de pasión y de sombras.
Ángel había fallado por primera vez a su ritual sagrado de cada mañana de encontrarse con Coromoto a las 6:30, en la esquina de su casa antes de ir al hospital, ese punto que ya tenía marcado en el mapa de su rutina. Durante meses, su encuentro a esa hora había sido una constante, un respiro antes de que la jornada comenzara a consumirlos, Pero esa mañana, la distancia y los imprevistos lo habían retrasado. Las fuerzas mayores, las complicaciones del día a día, lo habían mantenido atrapado en el tráfico, mientras el reloj avanzaba sin piedad.Le envió un mensaje, pero Coromoto no lo vio a tiempo. No podía llamarla. No sabía si estaba con William, si ya había salido, o si estaba esperando en su lugar, como siempre.El tiempo apremiaba y el estrés comenzaba a apoderarse de él. Al llegar al hospital, solo pudo avanzar hasta la entrada, donde las luces frías de los pasillos lo saludaban. Eran casi las 8:15. Saca su teléfono y marca el número. Esperaba que al menos escucharla, sentir
La tarde que Ángel tomó la decisión, el sol comenzaba a despedirse del horizonte. No fue un acto impulsivo, sino el resultado de días de incertidumbre, de dudas que se habían ido acumulando en su mente hasta desbordarse. La sensación de traición se apoderaba de él, y algo dentro de su pecho lo empujaba a dar el paso definitivo. Ya no podía seguir adelante con Coromoto.El simple hecho de que le hubiera pedido, casi rogado a ella, hace tiempo que no tuviera contacto con Blas fue un acto que lo desbordó. Sabía que Coromoto nunca había sido completamente transparente, pero al principio había querido creer que su amor era sincero. Al principio, se dijo a sí mismo que sus errores podían ser perdonados, que el pasado no tenía por qué definir el futuro. Pero esa vez, esa pequeña mentira, ese pequeño gesto de desconfianza, fue la gota que colmó el vaso.—Lo siento, Coromoto —se dijo a sí mismo en su mente, mientras caminaba por los pasillos del hospital— no puedo seguir ignorando lo que
El turno nocturno para Coromoto en el hospital fue largo y pesado. Salió agotada, sin fuerzas para continuar la rutina diaria de su vida. El encuentro con Ángel esa conversación no había tenido el resultado que ella anhelaba, a pesar de que sabía sus amigas la esperarían en la entrada para platicar, no tenía ganas de hacer eso esa mañana. Estaba sumida en una tristeza tan profunda que no quería responder a las preguntas llenas de preocupación que Patricia, Paola y Jazmín, siempre tan solícitas, sabía que harían al verla. No quería hablar, no quería fingir que todo estaba bien cuando, en realidad, todo se desmoronaba dentro de ella y decidió salir por otro lugar.Al llegar a casa, William estaba allí, sentado como siempre en el sillón rojizo, su mirada fija en la pantalla de su celular mientras tomaba desayuno, luego de dejar a Los niños en la escuela. Coromoto le lanzó un saludo apático, que él respondió con la misma frialdad que siempre lo caracterizaba.—Hola —dijo William, con
Varias semanas habían pasado desde el encuentro secreto entre Coromoto y Blas en el ascensor.Coromoto y ángel habían regresado y aunque aún permanecían las dudas en él, todo estaba bien entre ambos.El hospital, con su rutina inquebrantable, seguía siendo el lugar donde todo comenzaba y terminaba para ellos. Entre las luces frías de los pasillos y el incesante ir y venir de enfermeras, médicos y pacientes, su amor crecía en silencio a pasos agigantados. Ya no era necesario esconderse de nadie. La relación que había nacido en secreto entre el sonido del ascensor y las palabras susurradas en la penumbra, se había convertido en un amor a la vista de todos. No importaba la hora, ni el lugar; Coromoto y Ángel encontraban momentos para cruzarse, para sonreírse, para sostenerse de la mano en todas las esquinas del hospital.Pero, a pesar de esa aparente tranquilidad, el tiempo seguía siendo un enemigo. Ángel, dedicado a su trabajo nocturno desde aquel día, solo lograba ver a Coromot
Ya habían transcurrido varias semanas desde que Ángel y Coromoto retomaron su relación. A pesar de las pocas horas que podían pasar juntos, todo marchaba sobre ruedas. El amor entre ellos parecía desbordarse en los pequeños momentos que compartían. Los encuentros furtivos en un motel cercano al hospital o en ese pequeño cuartucho donde el deseo y la pasión se desbordaban sin reservas. Ángel había aceptado trabajar por unas semanas en el turno de día para poder pasar más tiempo junto a CoromotoSin embargo, ese mismo día Coromoto le dio a Ángel una noticia que cambiaría su rutina por unos días. Con voz suave y cierta preocupación en el rostro, le explicó que debía ir a trabajar fuera del hospital junto a Patricia, Paola y Jazmín. Se trataría de unas tareas de aseo en un lugar alejado, y el horario de salida le impediría ver a Ángel durante algunos días. Aunque la noticia la entristecía, era una oportunidad que no podía dejar escapar. Le pagarían un poco más de lo que ganaba en el
La vida de Coromoto había tomado un rumbo inesperado, una senda oscura pero vibrante, llena de contradicciones que la mantenían atrapada en un vaivén de emociones. Cada mañana se despertaba con la sensación de haber cruzado una línea invisible, un límite que ya no podía deshacer. La relación con Ángel, que había comenzado como un respiro en medio de su rutina agobiada, se había convertido en una necesidad constante, un deseo que no podía acallar, pero que tampoco podía mostrar al mundo.En el hospital, todo continuaba como siempre. Los pacientes, las tareas diarias, las charlas entre compañeros, Pero cada vez que Ángel aparecía en su campo de visión, todo se volvía más claro para ella.Su corazón latía con fuerza, sus pensamientos se dispersaban, y su mente se llenaba de imágenes de lo que habían compartido, de los momentos robados en las sombras, de las palabras que nunca se atreverían a decir en voz alta. A pesar de la felicidad que esos momentos le traían, había una sombra que
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a