El sol de la tarde caía suavemente sobre la ciudad, iluminando las calles tranquilas que rodeaban la casa de Coromoto Ese día, no solo Ángel había hecho una nueva amiga en Patricia, sino también en Paola.
Cuando se cruzaron por primera vez, no fue necesario dijera nada. Patricia, con su característico modo de ser, era probable que ya le había dicho no solo que había hablado de Ángel, sino que seguramente le había contado todo lo que debía saber. Sin embargo, el nerviosismo de él seguía palpable mientras se encontraba frente a Paola. La señora lo observaba con detenimiento, buscando alguna señal, algún detalle que pudiera confirmar sus intuiciones. —¿Te incomoda que te observe? —preguntó Paola, rompiendo el silencio con una sonrisa amigable, pero algo desafiante en su mirada. Ángel, un tanto sorprendido, se encogió de hombros. —No… es solo que no estoy acostumbrado a que me miren tan fijamente. Paola asintió lentamente, como si estuviera evaluando cada palabra que Ángel decía. —No es que te esté evaluando —dijo, con tono calmado—, pero Coromoto es muy especial para mí, y si vas a formar parte de su vida, quiero asegurarme de que seas alguien que la valore. Ángel la miró, sintiendo el peso de sus palabras, y aunque su nerviosismo persistía, intentó relajarse. —Lo soy, de verdad. Coromoto… significa mucho para mí. Paola lo observó durante un momento, como si buscara algo más allá de las palabras. Luego, se cruzó de brazos y sonrió. —Eso está claro. Coromoto tiene una manera especial de hacer que las personas se abran, y parece que tú no eres la excepción. Coromoto, que hasta ese momento había estado callada, aprovechó la oportunidad para intervenir. —¡Paola, ya basta de examinar a Ángel! —dijo riendo—. Estás siendo más dura que un juez. Paola soltó una carcajada. —Lo sé, lo sé, pero es mi trabajo como amiga. Alguien tiene que hacerlo ¿o no? Ángel rió con ellas, aliviado por la ligereza del momento. Paola lo miró entonces, esta vez con una expresión más suave. —No te preocupes, no soy tan mala, aunque Coromoto seguro te debe haber contado historias mías que hacen parecer lo contrario. Ángel levantó las cejas, curioso. — Coromoto me ha contado algunas cosas, sí. —¡Ah, no me extraña! —Paola intervino rápidamente—. ¡A veces siento que soy una especie de hermana mayor para ella! Aunque, si te soy sincera, yo siempre he sido la rebelde, la que hace todo lo contrario a lo que se espera. Ángel sonrió ante la confesión. —A veces me gusta ser un poco rebelde, también. Coromoto los observó y dijo —Es cierto. Ángel tiene su lado travieso—murmuró entre una risa traviesa— Pero, ¿saben qué? Yo siempre he creído que los dos tienen algo en común, aunque no lo sepan aún. Paola la miró con una sonrisa juguetona. —¡Oh, no! ¿Ahora quieres compararnos? Coromoto asintió con complicidad. —Claro que sí. Ambos tienen esa manera de ocultar en parte lo que realmente piensan. Es como un superpoder, pero me hace preguntarme ¿hasta qué punto se permiten ser vulnerables?. Ángel se sintió observado nuevamente, pero esta vez con una sensación extraña: en lugar de sentirse juzgado, sentía que estaba siendo aceptado. Paola lo miró de nuevo, esta vez con una mirada cálida. —Sabes, no tienes que esconderte. Si Coromoto confía en ti, yo también lo haré. No soy de las que se andan con rodeos, así que no voy a esperar que me cuentes tu vida… pero si alguna vez necesitas hablar, ya sabes dónde encontrarme. Ángel, tocado por sus palabras, asintió. —Gracias, Paola. Lo aprecio mucho. La conversación siguió con más risas y bromas, mientras los tres caminaban hacia la esquina cercana a la casa de Coromoto. La tarde continuó su marcha tranquila, con las horas deslizándose entre ellos sin que se dieran cuenta. Sin embargo, la realidad siempre está presente, y lamentablemente, el tiempo en compañía de Coromoto no era eterno. Ella debía regresar a su hogar, a ese escenario familiar donde debía seguir interpretando su papel de esposa y madre en un mundo que a veces parecía demasiado pequeño para contener sus deseos y sentimientos. Coromoto se despidió de Ángel con un beso apasionado. —Nos vemos mañana, ¿vale? —le susurró, dejando un destello en sus ojos que hacía que Ángel se sintiera más cerca de ella que nunca. Paola se despidió también, con una sonrisa cómplice. —Cuídate, Ángel. Ya veremos qué más nos depara este enredo, ¿eh? Ángel se quedó allí, en esa esquina, observando cómo se alejaban, esperando que fuera pronto mañana para volverla a ver.Los días siguieron su curso, arrastrando consigo las horas en una rutina que, por primera vez en mucho tiempo, parecía no ser tan pesada para Coromoto. Aunque las calles continuaban grises, el sol, aunque tímido, comenzaba a asomarse en su vida de una manera distinta. Cada mañana, al despertar, la imagen de Ángel aparecía en su mente como una chispa de luz que la impulsaba a salir de la cama, a vestir una sonrisa nueva que no podía dejar de mostrar. Se sentía diferente, más radiante, como si la compañía de Ángel hubiese comenzado a reconstruir lo que el tiempo había deteriorado en ella.Ángel y ella habían creado un lazo único, uno que no se podía explicar con palabras. Era como si se conocieran de toda la vida, como si sus almas ya se hubieran encontrado mucho antes de ese primer encuentro en el hospital. En su presencia, Coromoto comenzaba a sentirse menos pesada, menos atrapada en la oscuridad de su propio ser. Sus risas, compartidas entre tareas cotidianas y charlas ligeras, tenía
Ángel había fallado por primera vez a su ritual sagrado de cada mañana de encontrarse con Coromoto a las 6:30, en la esquina de su casa antes de ir al hospital, ese punto que ya tenía marcado en el mapa de su rutina. Durante meses, su encuentro a esa hora había sido una constante, un respiro antes de que la jornada comenzara a consumirlos, Pero esa mañana, la distancia y los imprevistos lo habían retrasado. Las fuerzas mayores, las complicaciones del día a día, lo habían mantenido atrapado en el tráfico, mientras el reloj avanzaba sin piedad.Le envió un mensaje, pero Coromoto no lo vio a tiempo. No podía llamarla. No sabía si estaba con William, si ya había salido, o si estaba esperando en su lugar, como siempre.El tiempo apremiaba y el estrés comenzaba a apoderarse de él. Al llegar al hospital, solo pudo avanzar hasta la entrada, donde las luces frías de los pasillos lo saludaban. Eran casi las 8:15. Saca su teléfono y marca el número. Esperaba que al menos escucharla, sentir
La tarde que Ángel tomó la decisión, el sol comenzaba a despedirse del horizonte. No fue un acto impulsivo, sino el resultado de días de incertidumbre, de dudas que se habían ido acumulando en su mente hasta desbordarse. La sensación de traición se apoderaba de él, y algo dentro de su pecho lo empujaba a dar el paso definitivo. Ya no podía seguir adelante con Coromoto.El simple hecho de que le hubiera pedido, casi rogado a ella, hace tiempo que no tuviera contacto con Blas fue un acto que lo desbordó. Sabía que Coromoto nunca había sido completamente transparente, pero al principio había querido creer que su amor era sincero. Al principio, se dijo a sí mismo que sus errores podían ser perdonados, que el pasado no tenía por qué definir el futuro. Pero esa vez, esa pequeña mentira, ese pequeño gesto de desconfianza, fue la gota que colmó el vaso.—Lo siento, Coromoto —se dijo a sí mismo en su mente, mientras caminaba por los pasillos del hospital— no puedo seguir ignorando lo que
El turno nocturno para Coromoto en el hospital fue largo y pesado. Salió agotada, sin fuerzas para continuar la rutina diaria de su vida. El encuentro con Ángel esa conversación no había tenido el resultado que ella anhelaba, a pesar de que sabía sus amigas la esperarían en la entrada para platicar, no tenía ganas de hacer eso esa mañana. Estaba sumida en una tristeza tan profunda que no quería responder a las preguntas llenas de preocupación que Patricia, Paola y Jazmín, siempre tan solícitas, sabía que harían al verla. No quería hablar, no quería fingir que todo estaba bien cuando, en realidad, todo se desmoronaba dentro de ella y decidió salir por otro lugar.Al llegar a casa, William estaba allí, sentado como siempre en el sillón rojizo, su mirada fija en la pantalla de su celular mientras tomaba desayuno, luego de dejar a Los niños en la escuela. Coromoto le lanzó un saludo apático, que él respondió con la misma frialdad que siempre lo caracterizaba.—Hola —dijo William, con
Varias semanas habían pasado desde el encuentro secreto entre Coromoto y Blas en el ascensor.Coromoto y ángel habían regresado y aunque aún permanecían las dudas en él, todo estaba bien entre ambos.El hospital, con su rutina inquebrantable, seguía siendo el lugar donde todo comenzaba y terminaba para ellos. Entre las luces frías de los pasillos y el incesante ir y venir de enfermeras, médicos y pacientes, su amor crecía en silencio a pasos agigantados. Ya no era necesario esconderse de nadie. La relación que había nacido en secreto entre el sonido del ascensor y las palabras susurradas en la penumbra, se había convertido en un amor a la vista de todos. No importaba la hora, ni el lugar; Coromoto y Ángel encontraban momentos para cruzarse, para sonreírse, para sostenerse de la mano en todas las esquinas del hospital.Pero, a pesar de esa aparente tranquilidad, el tiempo seguía siendo un enemigo. Ángel, dedicado a su trabajo nocturno desde aquel día, solo lograba ver a Coromot
Ya habían transcurrido varias semanas desde que Ángel y Coromoto retomaron su relación. A pesar de las pocas horas que podían pasar juntos, todo marchaba sobre ruedas. El amor entre ellos parecía desbordarse en los pequeños momentos que compartían. Los encuentros furtivos en un motel cercano al hospital o en ese pequeño cuartucho donde el deseo y la pasión se desbordaban sin reservas. Ángel había aceptado trabajar por unas semanas en el turno de día para poder pasar más tiempo junto a CoromotoSin embargo, ese mismo día Coromoto le dio a Ángel una noticia que cambiaría su rutina por unos días. Con voz suave y cierta preocupación en el rostro, le explicó que debía ir a trabajar fuera del hospital junto a Patricia, Paola y Jazmín. Se trataría de unas tareas de aseo en un lugar alejado, y el horario de salida le impediría ver a Ángel durante algunos días. Aunque la noticia la entristecía, era una oportunidad que no podía dejar escapar. Le pagarían un poco más de lo que ganaba en el
La vida de Coromoto había tomado un rumbo inesperado, una senda oscura pero vibrante, llena de contradicciones que la mantenían atrapada en un vaivén de emociones. Cada mañana se despertaba con la sensación de haber cruzado una línea invisible, un límite que ya no podía deshacer. La relación con Ángel, que había comenzado como un respiro en medio de su rutina agobiada, se había convertido en una necesidad constante, un deseo que no podía acallar, pero que tampoco podía mostrar al mundo.En el hospital, todo continuaba como siempre. Los pacientes, las tareas diarias, las charlas entre compañeros, Pero cada vez que Ángel aparecía en su campo de visión, todo se volvía más claro para ella.Su corazón latía con fuerza, sus pensamientos se dispersaban, y su mente se llenaba de imágenes de lo que habían compartido, de los momentos robados en las sombras, de las palabras que nunca se atreverían a decir en voz alta. A pesar de la felicidad que esos momentos le traían, había una sombra que
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a