Cada mañana, Coromoto y Ángel se encontraban con puntualidad casi religiosa en una esquina cercana a la casa de Coromoto. Era una pequeña parada antes de dirigirse al hospital, el lugar donde ambos trabajaban. La casa de Coromoto quedaba justo a la vuelta de la esquina, y aunque el hospital no estaba lejos, el amor por el que ambos luchaban, aunque callado, ya era lo suficientemente fuerte como para convertir esas primeras horas del día en su pequeño refugio.
Las horas dentro del hospital eran rápidas, pero la salida nunca garantizaba que pudieran verse. El trabajo extra de Coromoto en la pizzería, las responsabilidades familiares, las llegadas intempestivas de su esposo William… todo conspiraba en su contra. Sin embargo, la oscuridad de las primeras horas de la mañana parecía entenderlo todo y actuaba como cómplice. permitiendo que sus miradas y sonrisas se encontraran sin ser vistas por nadie.
Pero cada vez era más difícil ocultarlo. Las sonrisas, los susurros, esos pequeños ge