52.
No quería ir.
Honestamente, la idea de pasar tiempo en un espacio cerrado con Lucas me revolvía el estómago. Pero el incidente con sus padres en mi oficina había sido el punto de inflexión que necesitaba para cerrar el ciclo.
Tuve que ir antes de que la familia de Lucas decidiera ir a la prensa con otra noticia amarillista sobre ''la malvada nuera que encarceló a su hijo''. Tenía que poner fin a la farsa antes de que los Mendieta mayores, con su cheque y su abogado de mala calidad, hicieran más daño a mi reputación.
La prisión de máxima seguridad donde Lucas estaba detenido no era el antro sucio que la gente se imaginaba. Gracias la influencia de sus padres, supongo, Lucas no estaba en una celda común.
El guardia me guió a través de un pasillo sorprendentemente limpio hasta una habitación que se parecía más a un estudio pequeño que a una celda. Había una cama de aspecto decente con sábanas limpias, un escritorio de metal y, lo más notable, un pequeño televisor de pantalla plana.
Estab