CAPÍTULO 51: EL DESPOJO Y EL RUEGO
Elena
Bajo por la vereda con los niños de la mano y no miro atrás. El barrio residencial queda a mis espaldas mientras Nico aprieta la pelota contra el costado y Lía se cuelga de mi brazo cantando bajito para espantar preguntas.
—¿Vamos a ver a la tía Teresa? —pregunta ella, esperanzada.
—Primero pasamos por casa —respondo, y la voz me sale firme, como si supiera lo que hago.
Tomo un taxi y cuando llegamos subimos de inmediato. La puerta del departamento aparece en el pasillo como siempre, pero hay una sombra frente a ella… es el casero.
—Señora Elena —dice, y cuando usa mi nombre completo ya sé que no viene a preguntar por el agua.
Tiene un sobre en la mano, doblado por la mitad, parece la clase de papel que no trae buenas noticias. Me adelanto antes de que los niños alcancen a ver su cara.
—Ahora no —murmuro—. Hablemos luego.
—Tiene que ser ahora —responde, sin mala leche, pero sin contemplaciones—. Traigo una notificación.
Lía se pega más a mí. Ni