CAPÍTULO 35: LA AMENAZA
Elena
Reconozco la voz de Sonya antes de verla. Jacob le está hablando con la voz baja y tensa que usa cuando intenta ocultar algo. Detrás de mí, en la habitación, Nico respira ya más parejo; Lia duerme hecha un ovillo y una mano abierta sobre mi muslo como si necesitara comprobar que sigo aquí. Con cuidado, aparto sus deditos, acomodo la sábana y salgo cerrando la puerta sin hacer ruido.
La veo a unos metros con esa misma aura fría que invadió mi panadería hace cinco años. El estómago se me encoge, pero esta vez no retrocedo, camino hacia ellos. Jacob me mira un segundo.
—Ah, ahí está —dice Sonya.
—No tienes nada que decirle, madre, puedes resolverlo conmigo.
—Si tu madre quiere hablar conmigo, no tengo problema —digo, y mantengo la voz en su sitio.
Sonya me observa de arriba abajo, como quien examina una mancha en una alfombra nueva. Inclina apenas la cabeza hacia Jacob, elegante y cortante a la vez.
—¿Ves? Ella tiene más conciencia que tú.
No contesto. Señal