CAPÍTULO 31: PEQUEÑOS CONSPIRADORES
Elena
Caminar por la parte de atrás del hotel. Nico camina a saltitos encima de los cuadrados del piso; Lia se aferra a mi mano y a su cajita de helado como si ambas fueran igual de frágiles. Al salir, un conductor con gorra nos abre la puerta de un sedán discreto.
—No sabía que también eras mago —murmuro.
—Trucos de supervivencia —responde Ethan—. Y una agenda que sirve para algo más que cenas.
El trayecto es corto. Pasamos junto al río y a mí se me cuela Boston por la ventanilla: ladrillos, escaleras de incendio, árboles remecidos por una brisa que huele a universidad y a historias. El edificio donde paramos tiene un portón de hierro y un lobby sencillo, con plantas reales y un recepcionista que ya tiene preparado el sobre con las llaves.
El departamento me deja sin palabras por unos segundos: piso alto, ventanales del suelo al techo, una vista del Charles que parece pintura, muebles minimalistas, cocina abierta con una isla enorme que me tienta l