Owen
Eran un poco pasadas de las diez cuando llegué a la casa de Iren. Jacob había insistido en que estaría allí en cinco minutos, y aunque dudaba de su puntualidad, esperaba que esta vez fuera cierto. Iren necesitaba a su primo esa noche, más que nunca después de lo ocurrido años atrás. Ella se merecía su presencia, aunque él nunca fuera el tipo de hombre que se quedaba donde debía.
La escena al entrar era patética: cuatro invitados, más pálidos que espectros, apiñados cerca de la entrada como si esperaran una señal para huir. El personal, en cambio, parecía más animado, aunque solo fuera por el alcohol robado.
—Bienvenido, señor, ¿puedo tomar su abrigo? —preguntó un mayordomo con una sonrisa forzada.
—Estoy bien, amigo. No pienso quedarme lo suficiente como para calentarme —respondí, pasándole de largo mientras buscaba con la mirada algo o alguien que valiera la pena, sabía que era una remota posible de que ella estuviera aquí. Aunque la esperanza es lo último que se pierde,