—¡Asper!
Su nombre, pronunciado por su voz, con esa cadencia que solo él tenía, la atravesó como una descarga. Se estremeció, pero no se dio la vuelta. No podía. No quería enfrentar la verdad que Luis representaba. No al hombre que, con un solo beso, había logrado hacerla sentir como una mujer deseada y amada por primera vez en treinta largos y desoladores años.
Treinta años. Nadie lo sabía. Nadia sospechaba que su matrimonio con Charles Emer había sido la farsa más elaborada, una jaula de oro y mentiras.
El recuerdo de aquella noche, la noche en que todo se torció, la asaltó con una nitidez dolorosa. Los fragmentos de memoria que tenía eran manchados, vergonzosos, un rompecabezas de violación y traición. Luego la noticia del embarazo había surgido, la desesperación de pensar que podía ser hijo de Charles el alivio al descubrir cuánto tiempo tenía, luego el miedo constante porque alguien descubriera su secreto.
Luego la convivencia, vivir en una constante sosobra de evitar que Charles