Lo primero que noté al entrar al apartamento fue que " todo era increíblemente beige". Las paredes, los muebles, incluso los cojines… Parecía el escenario de un vídeo de ASMR, pero sin la parte relajante. "Bueno, los ricos tienen sus cosas", pensé, recordando que criticar los gustos ajenos no pagaría mis facturas.
—¡Oh, Dios mío, otra más! —exclamó una voz aguda.
Respiré hondo. La dueña del lugar, una rubia de corte bob perfectamente alineado (como si lo hubieran medido con un láser), se acercó balanceando una copa de vino como si fuera un cetro. "Me irritó al instante" ¿Quién se creía para hablarme así? Sí, ella pagaba, pero eso no la convertía en la reina del universo.
—Por favor, dime que "al menos" hablas inglés —dijo, mirándome como si acabara de pisar su alfombra persa con barro.
"Claro que hablaba inglés." Pero recordé el consejo de Luisa, mi compañera del Rabbit: "Si una cliente es insufrible, juega tonta. Que se frustren solas."
—No hablo inglés —dije, imitando el a