Al abrir la puerta, el tiempo se detuvo. Allí, en el marco de la puerta, con la mano levantada a punto de tocar el timbre, estaba él.
Luis Almos.
Más mayor, con canas en las sienes y las marcas del tiempo en su rostro, pero inconfundiblemente él. Sus ojos, esos mismos ojos grises-azulados que heredó Jacob, se abrieron con la misma sorpresa que ella debía estar reflejando. La distancia de treinta años se evaporó en un instante, reducida a la nada por la proximidad física. El pasado no solo había llamado a su puerta; estaba parado en ella, tangible y respirando, listo para reescribir su futuro.
Luis Almos
El motor del sedan negro zumbaba suavemente mientras Luis se alejaba de la casa de Jacob, pero su mente estaba lejos del camino. La imagen de su hijo —su hijo— abrazándolo, el susurro de "cuídate, hijo" aún ardiendo en sus labios, había abierto una compuerta emocional que ya no podía contener. Había cumplido con la parte profesional, había puesto las cartas sobre la mesa para proteger