Desde su asiento en la cocina, Luis seguía la conversación con Isabella, admirando su astucia y tacto. Cada una de sus respuestas era medida, una pieza más del perfil que intentaba construir de esta familia a la que había irrumpido. Hasta que, de repente, el leve rumor de pasos en la escalera hizo que su pulso se acelerara.
Su mirada se dirigió instintivamente hacia la entrada de la cocina. Y entonces lo vio detras de otro hombre que cargaba a dos bebes.
Era Jacob. La imagen fue un puñetazo directo al estómago, tan poderosa que por un segundo el aire le faltó. Allí estaba, no una fotografía en un informe o una imagen pixelada en las noticias, sino en carne y hueso. Él, Luis Almos, viendo su propio reflejo juvenil caminando hacia él, con la marca de una vida que pudo haber sido suya grabada en cada línea de ese rostro que conocía tan bien sin haberlo visto nunca de cerca.
La visión fue tan abrumadora que por un instante la cocina se desvaneció, transportándolo a un mes atrás...
Meses a