Jacob sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. El hombre que caminaba hacia su puerta era… era como verse a sí mismo en un espejo deformado por el tiempo. La misma estructura ósea marcada, la misma línea de la mandíbula, los mismos color en los ojos. Era la viva imagen de Jacob, pero con unos cuarta y tantos años después, con algunas canas plateando sus sienes y unas leves arrugas marcando el rastro de los años alrededor de sus ojos.
Los tres se miraron, las miradas yendo del hombre de fuera a Jacob y viceversa. El aire se había vuelto pesado, cargado de una revelación monumental. La pregunta flotaba en la habitación, palpable, eléctrica, sin necesidad de ser pronunciada.
¿Es él? El mundo pareció detenerse, suspendido en un incómodo silencio cargado de incredulidad. Isabella fue la primera en reaccionar, sacudiendo la cabeza como para despejar la misma incredulidad que nublaba la mente de todos. Su instinto práctico se impuso al shock. Al girarse, sus ojos se encontraron con los