Marina
Nunca pensé que el dolor pudiera llegar a sentirse de esta forma, no hablo de un dolor físico, sino de ese que llevamos dentro.
Que empieza como si fuese una sensación de ahogo, y luego se vuelve un peso muerto de nosotros hasta que finalmente se dispara por todo el interior como cientos de agujas enterradas en la piel.
Así es como me siento justo ahora, mientras camino por las desoladas calles de la ciudad. No tengo mi celular, o mi cartera, o dinero. No tengo nada.
Trago el nudo de emociones que se forma en mi garganta y sintiendo el ardor inundar mi mirada camino por la carretera esperando que algún taxi aparezca, aunque no sé ni siquiera a dónde iré o cómo demonios voy a pagarlo, pero no puedo quedarme aquí.
La culpa se estira y se esparce por mi interior como un virus y la imagen de Salvador, con los ojos rojos, la mirada llena de odio y decepción está grabada a fuego en mi mente.
Sin embargo, detrás del dolor también siento rabia.
Rabia con Federico por no haber dejado que