Marina
Esto no es una cita, ¿cierto?
Eso es lo que me repito una y otra vez mientras estoy de pie frente al armario, mirando fijamente el caos de ropa que he sacado como si eso fuera a darme respuestas.
Es solo una cena, Marina. Solo una cena con el hombre que te besa como si el mundo se fuera a acabar, te mira como si fueras un tesoro perdido y… que ya te ha visto desnuda.
—¡Basta! —me regaño a mi misma frente al espejo mientras me pruebo un vestido rojo que creí que me haría sentir empoderada y solo ha conseguido que me sienta como un pimiento relleno.
Después de probarme otros cuatro vestidos, todos demasiado ajustados, demasiado sueltos, demasiado “no como Renata”, me dejo caer sobre la cama con un gemido ahogado. Es ridículo sentirme así.
Salvador ya me vio como Dios me trajo al mundo y no salió corriendo. De hecho, si mal no recuerdo, parecía bastante feliz de haberme visto de esa forma.
Mis mejillas se encienden al recordar sus manos, sus labios, su voz ronca llamándome