Marina
La frase queda suspendida en el aire como una bomba de tiempo:
—Haz lo que quieras, Montenegro.
Salvador no dice nada. Su mirada arde, intensa, desbordada. Luego da un paso atrás, gira sobre sus talones y se marcha sin una sola palabra. Escucho sus pasos subir por la escalera hasta desaparecer.
IDIOTA. IDIOTA. MIL VECES IDIOTA.
¿Cómo demonios se me ha ocurrido decirle tremenda estupidez?
Es que no entiendo qué demonios es lo que me está pasando, lo que debía hacer fue mandarlo a volar, decirle que a mi no me iba a besar, que prefiero que me mate, pero entonces eso sería una mentira.
Estoy jodida.
Termino todo lo que estoy haciendo a la velocidad de la luz y prácticamente corro hacia mi habitación.
Cierro la puerta con el corazón en la garganta. Pero las horas pasan y no logro dormir. Me revuelvo en la cama, paso las manos por el rostro, me cubro los ojos, intento respirar. Nada funciona.
Hasta que oigo el golpeteo en la puerta. Golpes secos, apurados. Me levanto de un salto, de