Salvador
Odio estas cenas.
No porque tenga que ver a mi abuelo. No porque tenga que aguantar la mirada petulante de mi primo. Sino porque cada vez que nos sentamos en la misma mesa, es una guerra silenciosa.
Una competencia disfrazada de cortesía.
Ajusto el cuello de mi camisa mientras camino hacia el comedor. El viejo ya está sentado.
Don Alessandro Montenegro. El hombre que construyó un imperio de la nada.
Mi abuelo.
A su lado, Federico, mi primo. Con su m*****a sonrisa arrogante y su porte de “hijo perfecto”.
Me detengo al borde de la mesa.
—Llegas tarde —dice el abuelo sin mirarme.
Hago un esfuerzo por no poner los ojos en blanco antes de decir:
—Es mi casa, abuelo, es imposible que llegue tarde.
—Excusas. Llevo aquí sentado una eternidad esperando que aparezcas.
No digo nada, no vale la pena.
Me siento sin discutir y en absoluto silencio empezamos a comer las entradas y platos de fondo que hizo Marina, debo aceptar que están delicioso, aunque obviamente nadie aquí lo dirá.
Los hal