Marina
Han pasado quince días desde que mi vida se convirtió en una versión de pesadilla de Downton Abbey.
Quince días de humillaciones, reglas absurdas y órdenes que tengo que acatar si no quiero que el infierno sea peor.
Y mejor ni hablar del tonto episodio que tuve enfrente del diablo Montenegro, gracias a Dios su insensibilidad hizo que ni siquiera tocara el tema después, lo cuál me parece perfecto.
Sin embargo, los últimos tres días han sido un respiro.
Salvador y Renata se han ido de viaje. Y yo he tenido la casa solo para lidiar con el resto del personal que me mira como si fuera una cucaracha que nadie quiere pisar, pero que tampoco pueden ignorar.
Suspiro pesadamente mientras revuelvo con la cuchara mi café frío. Estoy en el restaurante de Clara, mi mejor amiga y la única persona cuerda en mi vida ahora mismo.
—No me mires así —murmuro, viendo cómo me analiza desde el otro lado de la mesa con los brazos cruzados.
—¿Así cómo?
—Como si estuvieras esperando que explote.
Ella se