Marina
El sol apenas comienza a filtrarse por la pequeña ventana de mi nueva habitación cuando abro los ojos.
No sé si he dormido dos horas o tres. Tal vez ninguna. El colchón es tan duro como el infierno mismo, pero eso no es lo que me mantuvo despierta.
Fue la humillación.
La risa contenida de Salvador cuando me vio con ese uniforme ridículo, su m*****a arrogancia, su forma de hacerme sentir como si no valiera nada.
Ya viví experiencias como esta antes, y me había prometido a mi misma que no se repetirían, pero aquí estoy. Nuevamente vulnerable ante un hombre.
Tomo aire y me obligo a sentarme en la cama.
No voy a dejar que me destruya.
No voy a dejar que me venza.
Al menos eso es lo que me repito mientras estiro el cuello y trato de ignorar el dolor en la espalda.
Cuando me pongo de pie, mi primera necesidad me golpea con toda su crudeza.
El baño está afuera.
Cierro los ojos un segundo, odiando cada m*****a cosa sobre este lugar.
Tomo mi ropa y salgo, revisando rápidamente que no hay