Cocinar.
Por primera vez en días, me siento en mi elemento.
Tengo la cocina para mí, el control total sobre lo que se prepara. Los asistentes me siguen el ritmo, algunos cortando, otros organizando, y por primera vez en este maldito infierno, nadie me está mirando con desprecio ni ordenándome que me calle.
—Pon los aperitivos en la bandeja más grande.
—Ese vino es para maridar con el segundo plato, no con la entrada.
—No sirvas todavía la salsa, quiero que mantenga su textura perfecta.
Mis órdenes fluyen con naturalidad.
Soy chef, carajo. Esto es lo que hago.
Me obligo a ignorar el motivo por el cual estoy aquí. Me aferro a la sensación de estar en control.
Preparo tres opciones principales porque, por supuesto, su alteza Montenegro no especificó qué demonios quería.
1️⃣ Solomillo en salsa de vino tinto con vegetales asados.
2️⃣ Risotto de mariscos con toques cítricos.
3️⃣ Pato confitado con reducción de frutos rojos.
Cuando todo está listo, Salvador entra en la cocina con su típico ai