Capítulo 12
Una semana después, el gran evento por fin había llegado. Roma observaba el salón terminado con una mezcla de orgullo y agotamiento. Todo estaba impecable como debía de ser: lámparas de cristal iluminaban el lugar, las mesas vestidas con manteles blancos caían en pliegues con bordes dorados perfectos, y los centros de mesa con flores rojas daban un toque vibrante y elegante. La música suave de un cuarteto de cuerdas llenaba el aire, todo diseñado para complacer a esos tiburones de traje y sonrisa hipócrita que tanto disfrutaban de la apariencia. Roma, sin embargo, se mantenía fiel a sí misma y a sus ideas: aunque no soportaba la pomposidad de estos eventos, entendía que era el precio de mostrar solidez en ese mundo empresarial. Muchas de las personas presentes te trataban por lo que tienes o eres, sin importar la inteligencia.
Ella misma era parte del espectáculo, ya que llamar la atención y ser el centro era algo que no podía evitar a pesar de los años. Esa noche llevaba