¿Ya no es una Omega?

En el bosque, bajo la sombra densa de los pinos, Emmanuel y Ezequiel se sentaron sobre un tronco caído, el aire fresco cargado con el olor a tierra húmeda y resina.

Sus rostros lucían tensos.

Habían dejado a Lois en la cabaña, no porque no la quisieran cerca, sino porque necesitaban hablar sin que ella los mirara con esos ojos nuevos, brillantes, que parecían atravesarlos. La semana había sido un torbellino, y ambos lo sentían: Lois no era la misma.

No necesariamente tenía que ser algo malo, pero era algo diferente.

—Está... diferente —dijo Emmanuel, rompiendo el silencio, su voz baja, como si temiera que el bosque lo traicionara—. Antes era tranquila, tímida, siempre con la cabeza gacha, como si quisiera desaparecer. ¿Recuerdas cómo se sonrojaba cuando Viviana hacía una de sus bromas subidas de tono? Ahora... —Se rio, pero era una risa nerviosa—. Ahora es ella la que nos hace sonrojar. Es decir… Está tan fogosa, a este paso vamos a quedar exhausto. El bosque quedó destruido, ¡¿por qu
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