La mañana amaneció con una quietud engañosa.
El silencio se extendía por toda la casa, apenas interrumpido por el trino de algún ave y el murmullo del viento colándose entre las cortinas. Los primeros rayos de sol pintaban de oro el borde de la cama cuando Valeria abrió los ojos.
Parpadeó un par de veces, desorientada.
La habitación estaba exactamente como la recordaba la noche anterior, solo por un detalle, en el sillón frente a la ventana, Noah dormía, con la cabeza apoyada en una almohada y el cuello doblado en un ángulo imposible. Aun así, su expresión era tranquila, casi serena, como si, hubiera logrado descansar.
Ella se incorporó despacio, tratando de entender qué hacía él ahí.
Durante unos segundos, solo lo observó. El cabello le caía en mechones desordenados sobre la frente, y la luz que entraba por la ventana dibujaba sombras suaves en su rostro. Tenía la boca entreabierta en una respiración profunda y tranquila. Parecía más joven así, sin la tensión habitual en la mandíbula