El silencio de la habitación era denso y la despertó más que la luz filtrándose por las cortinas. Valeria despertó sintiéndose exhausta, con el cuerpo pesado y la mente en un torbellino. Había llorado hasta quedarse dormida, y el shock de la noche anterior había pasado a una fase de fría asimilación.
Se obligó a levantarse y se dirigió al baño. Mientras el agua caliente corría sobre su piel, luchó contra la avalancha de sus traumas pasados, negándose a permitir que la paralizaran.
Repasó las verdades que ahora conocía… Noah Priego no existe. Es Alessandro Strozzi, un fugitivo acorralado. Ella había entendido el motivo de la mentira —la supervivencia— las piezas del rompecabezas caían dolorosamente en su lugar: los problemas de familia que él mencionaba, la tensión constante en su mandíbula, su miedo a ser descubierto.
Eran problemas reales, solo que la magnitud de la mafia y la Interpol superaba cualquier cosa que ella hubiera imaginado.
La rabia se le mezcló con una angustia insopo