Valeria se obligó a levantarse, aunque sus piernas parecían de plomo. El corazón le golpeaba tan fuerte que sentía que todos podían escucharlo.
El hombre que la había amado sin juzgar, el que la sacó de las crisis, no existía. Era una fachada que ocultaba a alguien que no conocía.
La sensación de que todo lo vivido había sido una realidad inventada la paralizó. Lo amaba, pero el miedo a amar a un fantasma era más grande que el peligro de la mafia.
Se sentía adormilada, cansada, como si el cuerpo respondiera a estímulos mecánicos. Se obligo a encontrar su voz.
—Entiendo la mentira, Alessandro Strozzi —dijo, usando su nombre completo como si fuera un muro que la separara de él. Cada sílaba era un escudo, porque si bajaba la guardia, sabía que volvería a hundirse. —Entiendo el peligro. Entiendo la desesperación de un hombre acorralado.
Ella dio un paso hacia él. Sus ojos ámbar, aunque inundados, eran un reproche feroz.
—Pero no sé si Alessandro es la misma persona que me hizo creer qu