El día siguiente, Noah apenas cruzó la mirada con Valeria sintió la punzada de culpa.

Llevaba el cabello suelto y la sonrisa fresca de quien no sabe lo hermosa que es, sintió el aire golpeársele en el pecho.

El enterizo azul marino, sencillo, pero de un corte impecable, realzaba la curva sutil de su cintura y la caída natural de su figura. No llevaba nada ostentoso, nunca lo hacía, solo tenía la elegancia de quien no necesita adornos.

La deseó en silencio, con la urgencia de arrancarle el enterizo de un solo movimiento y al mismo tiempo con la ternura absurda de abrazarla hasta que nada pudiera herirla.

Pero justo en ese mismo instante, mientras la miraba recogiendo sus cosas le ardió la culpa: él tenía que sabotearla. Apretó la mandíbula.

Ella, perceptiva como siempre, lo notó de inmediato. Su corazón se aceleró cuando lo descubrió mirándola fijo. Había estado extraño y eso le preocupaba. Aun así, sintió el cosquilleo en el estomago al ver esos ojos grises atravesándola.

—Te ves r