Habían pasado unos días desde aquella mañana interrumpida.
Valeria había decidido no preguntar más. Noah había resumido todo en que eran “problemas de familia”. Y aunque las dudas le quemaban por dentro, eligió callar. Había demasiado en su mirada como para empujarlo más.
Se había adaptado a la rutina. Esa semana entera le tocó a Noah trabajar en el proyecto de Aurora, lo que significaba pasar horas en el mismo espacio que ella.
Él siempre estaba ahí, como un obrero más, cargando sacos, cortando tablas, mezclándose entre el ruido de las máquinas y el polvo. Y, aun así, no podía dejar de notarlo.
Cada vez que lo veía, cada vez que él la miraba con esos ojos intensos, algo en su pecho se agitaba, aunque intentara disimularlo, siempre terminaba con una sonrisa tonta en su boca.
A veces compartían la misma cama, el mismo calor, sin promesas ni complicaciones. Pero mayormente, Valeria encontraba pretextos para trabajar hasta tarde o dormir sola, porque el miedo seguía latiendo en el fondo