Tras el beso, Eva y Luca intentaron mantener las distancias, aunque ambos sabían que era inútil. El aire en el rancho se había vuelto demasiado denso, cargado de una electricidad que parecía flotar en cada rincón, en cada mirada furtiva que intercambiaban sin querer. Eva se repetía a sí misma que aquel beso había sido un error, un impulso producto de la tensión acumulada y de la adrenalina que les provocaba la investigación. Pero, en el fondo, una parte de ella sabía que estaba mintiéndose.
Luca, por su parte, jamás había sido un hombre de negarse lo que deseaba. Estaba acostumbrado a tomar lo que quería, a luchar por ello y a imponerse si era necesario. Pero con Eva era distinto. Cada vez que intentaba acercarse, se topaba con un muro de orgullo y determinación. Ella no era como las demás mujeres con las que había salido; no estaba dispuesta a ser una sombra a su lado ni mucho menos a depender de él. Y esa resistencia, en lugar de enfriarlo, lo enardecía.
Durante las mañanas, el ranc