Los días siguientes se convirtieron en un vaivén de sospechas y tensiones. Luca reforzó la seguridad del rancho, ordenando que los vaqueros vigilaran los accesos y revisaran cualquier vehículo extraño. Eva, mientras tanto, no dejó de investigar. Contactó discretamente con una fuente en Houston que le proporcionó más nombres vinculados a las apuestas clandestinas. Cada nombre era un posible enemigo, cada llamada anónima un recordatorio de que estaban en la mira.
Las noches eran las peores. A veces, Eva despertaba con la sensación de que alguien la observaba desde fuera de la ventana. Se levantaba y revisaba los pasillos del rancho, y casi siempre encontraba a Luca en la sala principal, sentado con una taza de café y su pistola al alcance de la mano. No dormía más de tres horas seguidas. Ella lo veía agotarse poco a poco, pero también reconocía la determinación férrea en su rostro.
Una madrugada, incapaz de conciliar el sueño, Eva bajó las escaleras y lo encontró nuevamente allí, vigila