La pared aún vibraba con el eco de sus respiraciones entrecortadas cuando un ruido lejano los hizo separarse de golpe. Luca se enderezó, con el rifle en mano, mientras Eva trataba de recomponer su ropa y su pulso. El deseo todavía ardía en sus venas, pero el mundo exterior no les daba tregua.
Un motor ronco, más cercano que antes. Luego, el chillido metálico de puertas abriéndose y cerrándose.
—Ya nos encontraron —murmuró Luca, con los dientes apretados.
Eva corrió hacia la otra habitación, donde Marina intentaba darle agua a Santiago. El joven apenas podía tragar, sus labios secos y partidos. El miedo en los ojos de su hermana era tan grande como la fiebre que lo consumía.
—Tenemos que movernos otra vez —dijo Eva, sin aliento.
Marina negó con la cabeza.
—No, no puede. Si lo sacamos ahora, lo matamos.
El sonido de pasos sobre la grava respondió antes que Luca. Ya no había elección.
El tiroteo comenzó como una tormenta. Vidrios viejos estallaron, pedazos de adobe cayeron en lluvia. Luc