El estruendo de las balas se volvió insoportable. Las ruinas temblaban con cada impacto, y el aire se llenaba de polvo y humo. Luca disparaba sin descanso, cubriendo a Eva mientras ella ayudaba a Marina a mover a Santiago.
—¡No resistiremos mucho más! —gritó Eva, jadeando.
Mateo, cubierto de polvo, señaló un pasaje estrecho entre las rocas al otro lado de las ruinas.
—¡Por ahí! Hay un desfiladero. Si llegamos antes que ellos, podemos desaparecer en la oscuridad.
Luca disparó una última ráfaga y se volvió hacia Eva.
—¡Corre!
Ella no lo pensó. Agarró la carpeta y tiró de Marina. Santiago, tambaleante, se apoyaba en Mateo, que lo arrastraba con fuerza. Luca cerraba la retaguardia, disparando cada vez que un destello se encendía en el horizonte.
El ruido del altavoz del Contador los perseguía como un fantasma.
—No podrán huir para siempre, Eva. No hay frontera que los salve.
Eva apretó los dientes. Cada palabra era un cuchillo, pero también combustible. No le daría la satisfacción de rend