La camioneta avanzaba por caminos secundarios hasta perder de vista las luces de Santa Esperanza. El humo de la fábrica destruida aún manchaba el cielo a lo lejos. Nadie hablaba. El silencio era un pacto involuntario entre los sobrevivientes de aquella noche.
Finalmente, Briggs condujo hasta una cabaña semidesierta en medio de un bosque bajo. Era una construcción modesta, de madera vieja y techo de chapa, pero lo suficientemente apartada para que nadie los encontrara fácilmente.
—Aquí estaremos seguros por un tiempo —murmuró, apagando el motor.
Eva bajó aún con la carpeta en las manos. El objeto parecía pesar más que el mundo entero. Cada vez que lo miraba, sentía que contenía la llave de un laberinto oscuro.
Dentro de la cabaña, encendieron un par de lámparas de querosén. La luz amarilla dio un aire espectral al lugar. Marina se sentó en una esquina, abrazándose las rodillas. Luca se encargó de cerrar todas las ventanas con tablas sueltas. Santiago, en cambio, parecía demasiado tranq