CAPITULO 28

Los motores rugían cada vez más cerca. Eva podía sentir cómo las vibraciones recorrían el suelo de la cabaña. No eran simples camionetas: parecían vehículos militares.

—¿Cuántos vienen? —preguntó, con la voz quebrada.

Luca observó por una rendija en la ventana.

—Al menos cuatro camionetas… y no parecen del cartel.

Briggs se acercó y soltó una maldición.

—No son narcos. Son hombres del gobierno.

Santiago apretó los dientes.

—Ya lo suponía. La red no iba a dejar que la carpeta se nos quedara.

Eva sintió un escalofrío. Si era cierto, lo que tenían en las manos ya no solo comprometía a criminales, sino a instituciones oficiales.

—Tenemos que salir antes de que nos rodeen —dijo Luca, con voz firme.

—¿Cómo? —preguntó Eva, desesperada.

Santiago respondió con calma:

—Por detrás del bosque. Hay un sendero que conduce al río. Si nos movemos ahora, quizá podamos ganar tiempo.

Apagaron todo rastro de luz y salieron de la cabaña en silencio, con Marina entre ellos. La noche aún no se había despeja
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