CAPITULO 26

El tiempo pareció detenerse cuando Eva reconoció a la figura en el despacho de vidrio. Su silueta era inconfundible: el mismo hombre de las fotos borrosas, con la cicatriz en la mejilla, solo que ahora la distancia revelaba el peso de su presencia. V-17.

Marina sollozaba, temblando, pero Eva no podía apartar la vista. Aquel era el fantasma que habían perseguido durante semanas, el nombre que se repetía en sus notas y sus pesadillas. Ahora estaba allí, de carne y hueso, observándolos como si fueran simples piezas en su tablero.

—Nos está mirando —susurró Eva.

Marina apretó su brazo.

—No hagas nada… no lo provoques.

Pero era tarde: V-17 levantó la mano y, con un gesto casi perezoso, ordenó a sus hombres que rodearan las pasarelas.

Desde abajo, Luca disparaba sin descanso para cubrir a Santiago. El eco de los balazos hacía vibrar las paredes de cemento. Briggs había logrado arrastrarse tras un pilar, sangrando en el hombro por una bala rozada, pero aún disparaba con ferocidad.

—¡Eva, sal
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