Los tres permanecieron en silencio, observando desde la rendija de la cortina. Los hombres de la camioneta negra hablaban entre sí, fumando, como si esperaran una señal. No llevaban uniformes, pero sus movimientos eran demasiado coordinados para ser improvisados.
—Cazarrecompensas —murmuró Briggs—. O matones contratados.
Luca apretó la mandíbula.
—Da lo mismo. No están aquí por casualidad.
Eva sintió un escalofrío, pero la periodista dentro de ella intentaba registrar cada detalle: la marca del vehículo, los tatuajes visibles en los brazos de uno de ellos, incluso la manera en que pateaban piedras en el asfalto mientras miraban las habitaciones. Todo era evidencia, aunque ahora la prioridad fuera sobrevivir.
—¿Qué hacemos? —preguntó en voz baja.
Luca evaluó la situación rápidamente.
—Podemos esperar a que se muevan… o adelantarnos.
Briggs negó con la cabeza.
—Si esperamos, nos acorralan. Aquí estamos demasiado expuestos.
El silencio se hizo más denso. Eva notó que ambos hombres pensab