París amanecía con una neblina suave que se filtraba entre los cristales de la cocina del restaurante. El aroma a café recién molido se mezclaba con el leve perfume de vainilla que yo llevaba puesto desde la mañana. Mi delantal blanco ya tenía algunas manchas de masa y chocolate, pero eso no me importaba. Estaba en mi lugar, haciendo lo que amaba.
—¿Tienes lista la reducción de frutos rojos? —preguntó Pierre, el sous-chef.
—Casi —respondí, concentrada en el fuego.
Desde que Aleksander me había conseguido una posición en el equipo de repostería de Mills Le Cordon, su restaurante más elegante en Francia, me había propuesto destacar por mérito propio. Nadie sabía que era su pareja. Eso era parte del trato. Quería que vieran a Hemy Collins, la chef. No a “la novia del jefe”.
Pero no todos en la cocina estaban de mi lado. Había una persona en particular, Camille, que parecía tener un problema personal conmigo. Nunca lo expresó de forma directa, pero sus miradas, sus comentarios pasivo-agre