París podía ser tanto calmada como escandalosa al mismo tiempo.
Las atronadoras bocinas podían poner en peligro nuestros tímpanos, pero en este pueblito parecía que la gente le tenía miedo a caminar por las calles como en la capital, y había pocos autos; se podría decir que era un lugar tranquilo.
Miro con impaciencia el semáforo, el cual parecía que iba a tardar un año en cambiar a verde.
—Dios mío, muero de hambre —me quejo, sintiendo la mirada de Aleksander sobre mí, acompañada de su sonrisa burlona.
—Acabas de comer.
—¡Tengo que comer por dos! ¿Lo olvidaste? —Nos reímos al unísono.
Ahora, estar embarazada ya no representaba un problema para mí. Al contrario, lo vivía como un momento mágico.
Por fin el auto arranca, y minutos después llegamos a un restaurante. Cuando aparcamos, aprovecho para organizar un poco mi cabello. Ya era casi una costumbre que Aleksander abriera la puerta del copiloto para ayudarme a salir. Siendo honesta, mi barriga pesaba muchísimo, y a veces resultaba