Esa noche, Aaron volvió a dormir temprano. Aleksander y yo compartimos la cena en la terraza. Hablamos de trivialidades. Del clima. De la lista del mercado. De todo, menos de nosotros.
Yo me levanté antes, recogí los platos, fingí estar cansada y me encerré en el cuarto de baño. Me miré en el espejo.
Las ojeras. El abdomen aún flácido. Las caderas más anchas. Las cicatrices invisibles del alma.
Me puse una camiseta grande. Nada sexy. Nada pensado. Solo algo que me cubriera. Me acosté sin decir nada. Me giré hacia la pared.
Aleksander entró minutos después. Se recostó a mi lado. Silencio. Tensión.
Hasta que su voz rompió el aire.
—¿Por qué me estás evitando?
Cerré los ojos. No iba a escapar.
—Porque siento que ya no me deseas.
Él se incorporó. Yo no lo miré. No podía.
—¿Qué…?
—Esa noche. Cuando te busqué. Me dijiste que no. Y yo entendí muchas cosas… o al menos, creí entenderlas.
—Hemy… —su voz era suave—. Te detuve porque no quería lastimarte. No porque no te desee. Estás preciosa. Pe