Capítulo 67 — El legado que lleva su nombre
(Punto de vista: Adrián)
Esa mañana, Adrián se vistió con una calma engañosa, como quien sabe que cada gesto es un adiós disfrazado de rutina. La camisa blanca se deslizó sobre sus hombros con una suavidad irónica, como si la tela ignorara que él estaba preparándose para dejar atrás todo lo que alguna vez creyó que definía su vida. El saco gris oscuro, entallado y preciso, se acomodó en su espalda como una armadura que ya no pensaba usar para luchar. Los zapatos, lustrados hasta reflejar la luz, marcaban un ritual aprendido de memoria. La corbata —la azul que Sofía le había regalado tres años atrás— se anudó sin que sus manos temblaran; no era que la emoción se hubiera ido, sino que ya no había dudas que pudieran hacerlo vacilar.
A través del ventanal, la ciudad seguía su curso indiferente. Autos, peatones, luces intermitentes… todo avanzaba como si el día fuera uno más. Pero él sabía que no. Su vida, esa que había ido desarmando ladrillo