Punto de vista: Sofía Rojas
La noche cayó suave, casi cómplice, sobre la casa.
Ha sido un buen día. De esos que se viven sin sobresaltos.
Un paseo con Lili, helado de dulce de leche granizado, risas sin urgencias.
Hasta me sentí un poco normal otra vez.
Pero cuando el cielo se apagó del todo y regresé al cuarto… el frío volvió.
No el de los pies.
El del pecho.
Ese que aparece cuando todo está en silencio y tu alma empieza a gritar cosas que no querés escuchar.
Cerré los ojos. Me envolví en la manta y traté de pensar en otra cosa. En lo que sea.
En el bebé.
En la cuna.
En el laboratorio...
Pero no.Me dormí. Soñé y como siempre, con él.
En el sueño, Adrián entraba al cuarto. No decía nada. Solo me miraba.
Sus ojos eran otros. Más tristes. Más sinceros. Más… reales.
Se acercaba y yo no me movía.
El corazón latía como si lo supiera todo antes que mi mente.
Me rozaba la mano y yo no la apartaba.
—No vengo a pedirte nada —decía él, en voz baja—. Solo quería que supieras que te amo. Y que no