CAPÍTULO — Donde el Amor Aprende a Velar
(Punto de vista de Ayden)
Le dieron el alta y nos trajeron a casa entrada la noche.
El apartamento estaba en silencio, ese silencio distinto que queda después de una tormenta. La llevé en brazos desde el auto hasta la habitación como si el mundo entero pudiera romperse si daba un paso en falso. No porque Milagros no pudiera caminar, sino porque yo necesitaba sentirla liviana, protegida, mía.
En ese trayecto corto sentí algo nuevo: el miedo mezclado con una responsabilidad que no pesa, pero marca. No era cargarla por fuerza, era cargarla por amor. Como si sostenerla fuera una forma de decirle al mundo que, mientras estuviera conmigo, nada tenía derecho a lastimarla.
Nuestra casa —mi casa— estaba llena de recuerdos. Fotos nuestras de chicos, desordenadas pero vivas. El autito rojo que todavía conservaba en una repisa, como si fuera un amuleto de otra vida. Imágenes de risas, de playas, de infancia compartida… de cuando no sabíamos nada del amor,