CAPITULO —AMANECER EN TUS BRAZOS
La mañana entró en la habitación sin pedir permiso, deslizándose entre las cortinas abiertas como si no supiera —o no quisiera saber— que esa cama ya no pertenecía al mundo de ayer, que ahí había ocurrido algo que no se borraba con luz ni con tiempo, que había piel que todavía retenía la forma del otro y silencio que aún vibraba con promesas no dichas, pero sentidas.
Milagros abrió los ojos lentamente, con esa sensación extraña de volver a un cuerpo que ya no era exactamente el mismo de la noche anterior, porque había sido tocado sin miedo, porque había sido elegido sin huida, porque por primera vez en años no despertaba con el pecho apretado por una inquietud que no sabía nombrar, sino con una certeza que no gritaba, pero se insinuaba suave, cálida, definitiva.
Ayden dormía boca abajo, con un brazo extendido hacia ella como si incluso dormido temiera que pudiera desvanecerse si no la tocaba. Su respiración era calma, distinta al ritmo tenso que t