Capítulo — Entre dos orillas
Los días pasaban como un suspiro, y la vida comenzaba a encontrar un nuevo ritmo en la casa de los Medina-Acosta. Era un ritmo distinto, marcado por los latidos de una recién nacida, por las horas de sueño entrecortado y por ese silencio sagrado que se extendía cada vez que Zoe o Lili lograban dormir. La casa respiraba ternura, cansancio y, sobre todo, un amor palpable que se desbordaba en cada gesto cotidiano.
Guillermo, con su licencia médica de veinte días —beneficio que la nueva normativa del gobierno había extendido para que los padres pudieran acompañar de verdad a la madre en esos primeros días—, se había transformado por completo. Se dedicaba sin reservas a cuidar de Lili, de Zoe y también de Julia, su adolescente de corazón noble. Era otro hombre: cambiaba pañales con una paciencia inesperada, acomodaba almohadones bajo la espalda de Lili para que pudiera amamantar sin dolor en su pierna, y hasta asumía los turnos de madrugada para que ella no tu