“… Me removí bajo mis sábanas de seda negras, listo para continuar los preparativos de la gran sorpresa. Respiré ilusionado como cuando apenas era un imberbe inocente que se conformaba con ojear apurado y a escondidas las casi revistas porno de mi padre cuando este se marchaba a trabajar. Eran los minutos más increíbles del día, claro descontando los quince minutos que me llevaba erguir a mi troncón, quien en aquel tiempo en algunas que otras ocasiones se negaba a levantarse, pero la culpa definitivamente era de la insegura, penosa e inexperta manuela. En fin, gracias a Dios que hace años pasé de las revistas a las películas, allí manuela tomó mucha experiencia, logrando hacer de mi virginal pene todo un troncón, pero como era de imaginarse las triples X no eran suficiente, así que a los diecisiete años troncón se graduó con honores; con el pasar de los años entre camas ajenas, ascensores, baños públicos y universitarios, playas, piscinas y algún que otro hotelucho de mala muerte logr
“… Tras una noche muy larga para mí, la mañana del sábado llegó más tarde que temprano. Ya estábamos a punto de aterrizar, íbamos a gozar de un fin de semana solo para nosotros cuatro en una cama para dos; troncón, cuevita, Danna y yo.No sabía qué pensaría del regalo de cumpleaños que le tenía preparado, esta vez la tobillera era algo diferente; sabía muy bien que Danna no podría usarla, pero igual era de ella.Ya habíamos desempacado, estábamos por cambiarnos la ropa para bajar a la playa, cuando la senté en el borde de la cama y le dije que iba a enseñarle su primer regalo de cumpleaños. Así que; empecé a hacerle un stripper muy bien ensayado, dejándola absorta con la boca abierta y a cuevita húmeda, era la idea, me quité la media del pie izquierdo, el que coloqué sobre su muslo invitándola a detallarlo. Ella abrió los ojos hasta casi más no poder, se tapó la boca, tragó un grito y empezó a temblar, comprendiendo lo que yo había hecho.—¡OMG!... Por Dios, ¿cuándo lo hiciste?... est
“… Verlos a los dos allí, sentados frente a frente con solo el tablero de ajedrez, separándolos y con las piezas del mismo como testigos de que él es su casi suegro, hizo que me embargara una sensación de rutina familiar desconocida hasta ese momento por mí. Una rutina familiar de esas que deseas que perdure por toda la eternidad, sin embargo, debo reconocer que tendría que iniciarse hoy. Eso no me incomodó, al contrario, me supo a natural. Me aferré al picaporte de la vieja puerta de roble como si fuera un salvoconducto a lo que podría ser. No fue hasta que escuché la voz serena y para nada prejuiciosa de mi padre que pude salir de mis pensamientos. —Jovencita, juegas muy bien, ¿quién te enseñó? —intentó establecer un acercamiento.—¡Ah!, a mi prometido le encanta jugar en las tardes después de la siesta —dijo muy digna.—¿Y tienen intensiones de casarse? —continuó, mientras movía una de sus torres.—Eso espero, casarme en un mes más, si Dios lo permite, aún tengo fe que eso suceda
“… Observé a mi padre levantarse, lentamente, mirándome con ternura y una profunda sabiduría, tan propia de quien ya había vivido, se dirigió al pequeño bar de madera para servir dos whiskies en las rocas, volvió a sentarse, mojó sus delgados labios en el licor escocés para luego dejar salir de ellos. —Más a mí favor, hijo, no puedes perderla por nadie, un amor así sólo se vive una vez en la vida y tú lo tienes a pocos pasos delante de ti, debes aferrarte a ella y no entregársela, fácilmente, no importa si están o no comprometidos. —Vi ramalazos de dolor en los grises ojos rodeados de alguna que otra arruga, los que se posaron en mí. —No caigas en el mismo error que cometí en mis tiempos de juventud— movió el vaso, permitiendo que el hielo campanee contra el cristal, tragó con algo de amargura para llenarse de valor y continuar.—He aprendido con el paso del tiempo a amar a tu madre no me mal entiendas; ella es una perfecta esposa y madre amorosa, pero aún lloro por quien fue mi verd
“… Finalmente, la fortuna se mostró favorable conmigo; había llegado el tan ansiado fin de semana. Permití que mi torpe inspiración poética diera paso a la romántica confesión de amor que brotaba dentro de mí por mi Danna; la cual sería mi respaldo para solicitar, rogar, pedir, e implorar que fuera mi esposa… «Sí, sí, sí, ya sé que perdí ante ella, ante Morgan y ante cualquiera, pero, ¿qué más esperan de mí?… Soy un buen perdedor, ¿saben? en ocasiones hay que saber perder, sobre todo cuando el premio no será entregado al ganador… Me río ante el destino al esconderme del karma», pensé seguro que vendrían tiempos felices junto a ella. A demás tenía conmigo un juego de anillos de compromiso que esperaba llenase sus expectativas… «En caso de que ella dudara, dejaría que mis más fieles cómplices la convencieran, ya que ella, difícilmente, se resistiría a troncón y a cuevita».Mi corazón se debatía entre galopear contra mi pecho o detenerse en seco, mientras iba en ese momento a recogerla.
“… Danna corrió otra vez hacia mí, mirándome a los ojos, me recordó cuando le dije que yo tenía la capacidad de obligar a las personas a hacer lo que yo quisiera—Dale la orden, Daniel, que se quede conmigo porque yo anhelo ser su esposa, ¡ordénaselo!, Daniel, has eso por mí —Me suplicó, mientras se aferraba a mi camisa.En ese instante, los dispositivos sonaron uno tras otro. Mi destrozada y desesperada Danna se desplomó a mis pies, aferrando con fuerza sus pequeñas manos alrededor de mis tobillos, sollozando sin consuelo, para que lo obligara a quedarse con ella; porque Danna prefería morir que estar sin él...«Allí fue cuando me vine abajo por completo, mi masculinidad se desvaneció en un instante, ya que cómo aceptar que mi amor, mi mayor amor, decidiera estar con otro», reflex
“… En esos meses, realmente, me encontraba en celibato autoimpuesto, por consideración al amor por duplicado que vivimos cada uno. Manuela había asumido sin protesta el rol de cuevita; quien sabía que debía estar en espera de troncón, sin embargo, yo no iba a apresurar ni presionar a mi Danna.El “tic tac” del tiempo nos entregó casi seis meses, ya mi Danna estaba al día con el trabajo acumulado, vivía sola, aún iba a consulta una vez a la semana. Sus avances eran gigantescos, según la psicóloga, quien era amiga de mi familia y nos mantenía al tanto de los progresos sin romper su ética profesional.Un año después, un sábado cualquiera, Danna, se presentó de sorpresa en mi apartamento. Me asombré, ya que ella paulatinamente se había alejado de mí. Creí, en ese entonces, que debía darle espacio y tiempo para sanar. Pero debía de reconocer que varias veces por semana me escabullía para verla, de lejos, en la oficina trabajando y siempre buscaba la tobillera al final de su esbelta pierna.
“… Fiel a mi naturaleza, no tardé en establecer una nueva rutina; me acostumbré a llegar tarde y con prisa al comedor, siempre siendo el último en ser servido. Ese día no era la excepción, mientras los dos últimos empleados se disponían a volver a sus labores. Como de costumbre, seleccioné una mesa junto a la ventana, dejándome llevar por mis pensamientos y recuerdos, cuando de repente escuché una voz suave y aterciopelada, la que me sacó de mi aletargamiento.—Hola, disculpa, ¿podríamos compartir la mesa? —elevé la mirada, para ver parada frente a mí una mujer que me dio la impresión de ser extranjera por la exótica pronunciación de su español, sus rasgos fueron, realmente, difíciles de ubicar en una raza en particular.—¿Disculpa? —respondí, algo perdido en