—¿Estás enfadada? —preguntó Daryl en voz baja, sin apartar la mirada de Lilian.
Ella guardó silencio unos segundos, como si aún buscara las palabras. Sus mejillas ardían, el corazón le latía desbocado. Se mordió el labio inferior un instante antes de negar despacio con la cabeza.
—En absoluto… —susurró, la voz apenas audible entre las notas de la música.
Daryl sonrió aliviado, una sonrisa que hizo que sus ojos brillaran con más calidez.
—Menos mal… Aun así, te pido disculpas. Me he tomado una libertad que no debía.
—Eso es cierto —respondió Lilian enseguida, intentando ocultar la vergüenza—. Pero… no puedo enfadarme. Yo tampoco logro controlarme cuando estás tan cerca.
Aquella confesión sincera tiñó aún más de rojo su rostro. Bajó la mirada de inmediato, esquivando los ojos de Daryl.
Él contuvo una leve risa; sus ojos destellaban de alegría.
—No escondas tu cara de mí, Lilian. Me gusta verte tal cual eres, incluso cuando te sonrojas así.
—Daryl… —murmuró ella a modo de protesta.
En lu