Capítulo 5

Han pasado tres días desde que permitieron a Lilian salir del hospital. Sus heridas físicas empezaban a sanar, pero la herida interna seguía abierta.

Ahora Lilian está sentada frente a una mesa, mirando un montón de documentos que ha preparado.Sus manos temblaban al ordenar la carta de divorcio.

Minutos después, la puerta se abre: entra Carlos.

—Tenemos que hablar —dice Carlos, con mirada seria.

Lilian suspira profundamente. Se sienta de nuevo y le entrega una carpeta marrón a Carlos.

—¿Qué es esto? —pregunta él.

—Es la carta de divorcio —responde Lilian con calma—. Ya la firmé. Solo falta tu firma.

Carlos abre la carpeta por un instante, luego la cierra rápido y la deja sobre la mesa.

—No la voy a firmar —responde con voz plana.

Lilian observa a Carlos con asombro. —¿Qué quieres decir? ¿Tú mismo dijiste que soy muy aburrida? Está claro que ya no me amas.

Carlos se recuesta en la silla, cruza los brazos, con expresión arrogante. —Puede que me equivoque. ¿Pero divorcio? ¿Crees que es así de fácil? Ya consulté con un abogado.

Lilian traga saliva. —¿Qué tipo de consulta?

Carlos se inclina hacia ella y la mira fijamente. —Como ama de casa sin ingreso fijo, no tienes oportunidad de ganar la custodia. Usaré el mejor abogado, Lilian. No será tan fácil que te lleves a Gabriel.

Lilian se paraliza. —¡Eres realmente excesivo, Carlos! ¡No tienes sentimientos! ¡Eres un malnacido! —grita Lilian.

Carlos esboza una leve sonrisa. —Solo te advierto: nunca obtendrás la custodia. Olvida este asunto. No vuelvas a hablar de divorcio si quieres seguir con Gabriel.

Lilian aprieta su blusa. Su pecho se siente tenso. —Eres cruel, Carlos...

Carlos encoge los hombros. —Basta, Lilian. Sé que no tienes dinero, que no tienes empleo. Así que no esperes que sin ayuda legal logres llevarte a Gabriel.

Esas palabras hacen que Lilian se derrumbe. Se inclina hacia adelante y empieza a llorar. Solo quería divorciarse; ¿por qué Carlos insiste en retenerla?

—¿Por qué eres tan cruel conmigo, Carlos? —Lilian grita, histérica.

Carlos está incómodo pero mantiene frialdad. —No soy cruel. Solo quiero que obedezcas. Quédate aquí, sé mi esposa si no quieres perder a Gabriel.

Lilian se pone de pie y lo señala con el dedo. —¿Obedecer? ¿Ser tu esposa? ¡Ja! No esperes que yo acepte tu petición —le replica furiosa.

Carlos resopla. —Como quieras. Pero si insistes en divorciarte, no permitiré que te lleves a mi hijo.

Entonces se levanta y se dirige a la puerta.

Lilian le sigue con voz entrecortada: —¡Carlos! ¡No hagas esto! ¡Gabriel solo será mío! ¡No te lo lleves!

Carlos se detiene un instante sin voltear. —También piensa bien. Yo soy su padre biológico.

La puerta se cierra. Lilian queda sentada en el suelo, con ojos hinchados, respiración entrecortada. Su mano sostiene la carta de divorcio que Carlos aún no ha firmado.

—¡Bien! Si insistes en no querer divorciarte y hasta me amenazas... entonces yo...

Lilian se limpia las lágrimas y se levanta con decisión.

Al día siguiente, Lilian sabe que ha llegado el momento. Carlos salió a trabajar como siempre, sin sospechar nada. Apenas se cerró la puerta, Lilian actúa con rapidez.

Recoge la pequeña maleta que había preparado desde la noche anterior: ropa, documentos importantes y pruebas de la infidelidad. Todo ya estaba dentro de la maleta.

—Lo siento, Carlos. No puedo seguir en este matrimonio destruido —dice Lilian en silencio.

Deja la carta de divorcio sobre la mesita de noche, sabiendo que Carlos seguramente no la firmará.

—Adiós, Carlos…

Cuando todo está listo, Lilian actúa. Lleva la maleta con firmeza, pero sin alterarse. Pide un taxi desde su teléfono. Su destino es el jardín de infantes para recoger a Gabriel.

No pasa mucho antes de que llegue. Se queda frente a la puerta del colegio con el corazón latiendo fuerte. Sus ojos miran hacia las clases, la mano aprieta la maleta. Sabe que no hay vuelta atrás. Hoy debe irse lo más lejos posible.

Segundos después se abre la puerta del aula. Gabriel sale con sus compañeros. Al verla, su rostro se ilumina.

—¡Mamááá! —exclama alegremente, corriendo y abrazando la cintura de su madre—. ¿Por qué traes una maleta, mamá?

Lilian se contiene la respiración, baja la mirada y sonríe. —Sí, mi amor. Hoy nos vamos.

—¿Vamos? ¿A dónde? —pregunta con ojos brillantes.

—De vacaciones —responde Lilian con voz temblorosa—. Vamos a un lugar con mar. ¿Te gustaría?

Gabriel asiente con entusiasmo. —¡Sí, sí quiero! ¿Puedo llevar mis juguetes?

—Claro. Mamá ya los puso en la maleta.

—¡Yupi! —el niño se muestra muy feliz. Después parece reflexionar un instante, luego mira a Lilian—. ¿Y papá? ¿Papá viene, mamá?

Lilian se queda pensativa. Aparte la vista por un momento y respira hondo.

—Papá no vendrá, cariño. Es un secreto —susurra suavemente—. Será solo tú y mamá.

—Muy bien. Ya quiero ver el mar.

Suben de inmediato al taxi rumbo al aeropuerto. Durante el trayecto, Lilian mira por la ventana intentando calmarse. De vez en cuando observa a Gabriel abrazando su osito, con una expresión de alegría. El corazón de Lilian se quiebra.

Al llegar al aeropuerto, pasan el check‑in sin contratiempos. La hora de partida está cerca. Lilian aprieta el billete en su mano. Pero al sentarse en la sala de espera, su teléfono vibra.

Llega un mensaje de Carlos: [No sueñes con llevarte a mi hijo.]

Lilian se queda inmóvil. Su cuerpo tenso. Observa la pantalla largamente hasta que sus manos tiemblan. Luego mira a Gabriel, aún abrazando su muñeco.

Lilian respira hondo. —No —murmura interiormente—. Que Carlos no me encuentre. No permitiré que me robe a Gabriel. Agarra firmemente la mano de Gabriel, con más fuerza que antes.

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