Por la rendija apenas abierta de la puerta, Lilian alcanzó a ver a Daryl sentado al borde de la cama. A su lado, Alicia lloraba sin consuelo. No era un llanto suave ni tímido, sino un torrente de dolor, como alguien sin rumbo.
—Yo... yo no merezco ser perdonada —sollozó Alicia, con los hombros temblando con fuerza mientras sujetaba el edredón sobre sus piernas—. Pensé que si me iba, todo estaría mejor. Pero...
—No digas eso —respondió Daryl con voz baja, firme y serena—. Ya has sufrido demasiado. Ahora necesitas descansar.
—No puedo estar tranquila —repuso Alicia—. Yo te he hecho sufrir a ti y a Aurora. Solo he traído desgracia a sus vidas.
—Alicia —intervino Daryl con determinación, su mirada afilada sobre ella—. No sigas cavando en el pasado.
Lilian quedó paralizada. Su cuerpo rígido, como si hubiera perdido el control de sí misma. Sabía que no debía estar allí, pero sus pies se negaban a moverse, atrapados por una fuerza desconocida.
El llanto desgarrado de Alicia, esa expresión ro