Capítulo 47. Como agua en el desierto
Angelo
Noah abre los ojos y, por un instante, siento que el mundo se detiene. El aire se me corta en los pulmones, como si alguien me hubiera golpeado en el pecho. No sé si quiero reír o llorar. Llevo días maldiciendo a todo el mundo, odiando a sus padres, odiando a Lorenzo, odiando incluso a mi propia familia por no entender lo que siento. Y ahora Noah abre los ojos y todo se derrumba dentro de mí.
Me acerco vacilante, con las piernas pesadas, como si caminar hacia él fuera la cosa más difícil que he hecho en mi vida.
—Noah… —susurro, con la voz rota.
«Algo no anda bien», pienso en cuanto veo su mirada.
Sus ojos están abiertos, pero no me miran. No me reconocen. Parecen perdidos, flotando en algún lugar lejano, como si estuviera atrapado en la superficie de un sueño profundo del que no puede despertar.
—Vamos, hermano… mírame. Soy yo. Soy Angelo —murmuro, odiando la debilidad en mi voz—. No me hagas esto.
El corazón me late con violencia. Aprieto su mano, buscando una respuesta, cua