Capítulo 48. Música para mis oídos
Angelo
Regreso al interior del hospital después de haber estado con Emily y voy directo a la habitación de Noah. No me importa nada más. El pasillo me parece interminable, lleno de caras que me miran como si supieran algo que yo no. Odio esas miradas. Odio la compasión disfrazada de curiosidad.
Entro y ahí está él, igual que siempre: inmóvil. El molesto sonido de las máquinas me recuerda que la vida de mi amigo depende de ellas.
Me siento a su lado, como he hecho cada maldito día desde que lo atacaron y espero. Esperar se ha vuelto mi día a día, y casi me río por la ironía de la situación. Yo, el hombre más impaciente del mundo; acostumbrado a tener lo que quiero en el momento en que lo quiero, hoy no puedo hacer nada más que esperar.
Horas después, los médicos regresan con los resultados preliminares.
—No hay evidencia clara de daño irreversible —dice uno, con esa voz fría que me revienta los nervios—, pero necesitamos más tiempo. Es un proceso lento.
—¿Más tiempo? —repito, con sar