Capítulo 4
Arrastrando mi cuerpo débil, abrí la puerta de la villa y me quedé parada en la entrada. Paloma estaba recostada de lado en el sofá de la sala, mientras Nicolás le daba sopa cuidadosamente con una cucharita. Cuando escuchó el ruido, Nicolás levantó la cabeza de una vez y, al verme, se puso de pie enseguida.

—¿Así que volviste? —dijo.

Dejó el plato de sopa en la mesa y notó lo pálida que estaba.

—¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?

—No es nada, solo el periodo —mentí con calma. Él ni siquiera sabía que me había mordido una serpiente venenosa.

Nicolás asintió y no preguntó más.

—Si no es grave, está bien.

Bajé la cabeza para irme, pero Nicolás me bloqueó el camino.

—Aitana, hace unos días hiciste algo terrible, pero tranquila Paloma no está enojada contigo, así que no hace falta que le pidas perdón. Mejor ve y prepárale algo nutritivo, como si fuera una ofrenda de paz.

Me quedé quieta. Antes, Nicolás me cuidaba, no me dejaba ni servirme un vaso de agua, mucho menos cocinar. Aun así, asentí y fui a la cocina. Cuando salí con la comida, Nicolás estaba cargando a Paloma hacia la puerta.

—A Paloma le duele el vientre, voy a llevarla al hospital —dijo.

Vi cómo se alejaban juntos, así que puse la comida sobre la mesa en silencio y me fui a mi habitación. Empecé a empacar, lo que no podía llevarme, lo tiré.

También junté todo lo que tenía que ver con Nicolás: cada carta de amor, las piedras preciosas y pieles raras que me había regalado, hasta el anillo que él mismo diseñó para mí… Todo lo que alguna vez fue prueba de su amor lo lancé a la chimenea. Las llamas quemaron todo, hasta el amor que alguna vez sentimos.

Después fui al jardín de atrás y les dije a los sirvientes:

—Arranquen todos los lirios del jardín.

Nicolás los había plantado con sus propias manos porque sabía que me gustaba su aroma. Ellos dudaron por un segundo.

—Pero esos lirios son muy valiosos para el Alfa Nicolás, nunca deja que nadie los toque.

—Arránquenlos —dije en voz baja—. No pasa nada. A Paloma le gustan las rosas. Si quitamos los lirios, habrá espacio para plantarlas.

En esos días, los sirvientes también habían notado lo mucho que Nicolás prefería a Paloma, así que no se opusieron. Cuando el jardín quedó sin lirios, agarré mi maleta y me fui sin mirar atrás.

En el hospital, Nicolás se sentía inquieto sin saber por qué. Me llamó por teléfono, pero no contesté. Se levantó con fastidio hasta que Paloma, en la cama, le tomó la mano.

—Nicolás, ¿luego me llevas a comer a ese restaurante frente al mar? Quiero probar su pescado.

Nicolás dudó, pero al final le dijo que no.

—Mejor volvamos. Aitana ya te preparó algo rico y saludable.

A Paloma no le agradó del todo la idea, pero asintió.

—Está bien, es un detalle de Aitana. Me lo voy a comer todo.

Cuando volvieron a la villa, se encontraron con el patio destrozado, con restos de lirios por el suelo.

—¿Qué les pasa? ¿Porque destruyeron el jardín? —preguntó Nicolás, muy enojado.

Los sirvientes, nerviosos, explicaron:

—Aitana fue la que nos pidió que quitáramos todos los lirios para plantar las rosas que tanto le gustan a Paloma.

Paloma aplaudió, contenta.

—¡Qué bien! Ahora podemos poner un pabellón allí…

—¿Acaso yo les di permiso? ¡Esto es un desastre! —dijo Nicolás molesto.

Mandó a su asistente a que me buscara, pero al poco tiempo volvió, apurado.

—Alfa Nicolás, Aitana ha desaparecido. Se llevó todas sus cosas y… encontramos esto sobre el escritorio, es un certificado de divorcio.
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